Pinturas
rupestres de Cadereyta.
Por
Jesús Mendoza Muñoz
Son muy abundantes los sitios arqueológicos con pinturas
rupestres individualmente diferenciados en la parte central del estado de
Querétaro, en los alrededores de la delegación de El Palmar, municipio de
Cadereyta.
Estas pinturas poseen el estilo de un impresionismo
realmente notable y son de un tamaño por demás pequeño. Los materiales de los
que han sido fabricadas las pinturas fueron seleccionados de una forma muy
sencilla, combinación de materiales tomados directamente de la naturaleza como
pigmentos animales y vegetales mezclados con polvo mineral, de óxidos de hierro
en una gran variedad de colores: rojo, anaranjado, y rojo carmín; además de
rocas altamente calizas en las pinturas de color blanco, y la tonalidad en
color negro elaborada con carbón natural.
La rara aunque sencilla belleza del arte rupestre de
Cadereyta podría definirse como la evolución cultural y artística primaria más
notable desde el inicio de los tiempos pre-hispánicos humanos en nuestra
región, pero sin dejar de lado el importante progreso y mejoramiento en la
talla y fabricación de artefactos para cacería y las primeras cerámicas. En el
caso de las pinturas rupestres, nos han legado un auténtico testimonio vivo de
su arte dinámico, su apreciación de los fenómenos naturales, sus ritos y su
religión, los sucesos más trascendentes y su integración individual y global
dentro de los ecosistemas.
Al analizarlas podemos definir que fueron producto de
diferentes y dilatadas etapas de tiempo, realizadas por la necesidad humana de
legar a otras generaciones futuras un testimonio de su presencia, cumpliendo el
papel de transmisoras del conocimiento adquirido por otros seres humanos.
Aunque como ya
hemos mencionado, vivió en un periodo que muchos autores han definido como
época primitiva o prehistórica, ya había alcanzado éste una notable evolución
al practicar no sólo un arte, sino que sus características fueron los albores
de la historia y antecedentes en la conformación de la alta cultura
mesoamericana, la cual alcanzó un notable grado de desarrollo social y cultural
y de lo que encontramos algunos testimonios en nuestra región. La fabricación
de cerámicas con motivos decorativos fue el producto de esta evolución al igual
que posiblemente se iniciaron los cultivos de semillas. También es posible que
de aquella antigua religión cósmica se dedujera algo más místico que produjo la
costumbre de los entierros rituales con ofrendas ornamentales, los ídolos y la
edificación de monumentos religiosos.
La transición de las viviendas rocosas a los valles
debió a obedecer a la necesidad del
cambio social, ya que así podrían constituirse pueblos más organizados basando
su desarrollo en el cultivo de plantas alimenticias. Es posible que la
existencia de asentamientos con características de alta cultura fueran
destruidos o reemplazados por grupos humanos con características similares a
aquellos hombres pre-históricos y étnicamente definidos como chichimecas
jonaces hacia fines del período post-clásico mesoamericano, pasado el primer
milenio después de Cristo, y quienes prácticamente volvieron ocupar aquellas
mismas viviendas de los hombres pre-históricos.
Hecho prominentemente representado por su trascendencia es
la llegada de los invasores españoles hacia el siglo XVI y XVII, los que
poseían características realmente extrañas para ellos tanto por sus armas,
atuendos y caballos, como sus intenciones de guerra, conquista y sometimiento
de sus tribus o grupos, y a los que representaron en arte rupestre al igual que
la influencia e intervención de los religiosos misioneros en la conquista
espiritual, dada la representación de cruces cristianas al igual que
construcciones como capillas e iglesias. El carácter aún más curioso es una
réplica exacta del escudo de la orden de los misioneros dominicos, quienes
tuvieron una valiosísima participación en la fundación de misiones en la región, donde congregaron
a los chichimecas jonaces para vivir adaptándose al modo español en sus nuevos
pueblos misionales en el siglo XVII y XVIII; lo produjo a fines del siglo XVIII
y hacia el siglo XIX importantes pueblos mestizos que andando el tiempo
conformarían lo que hoy es el Palmar, entre otras poblaciones.
Si las pinturas rupestres han sobrevivido durante cientos
y hasta miles de años al proceso de degradación natural producida por los
fenómenos físicos como la lluvia, el calor y acción de la luz solar, las
heladas, los derrumbes y fracturas de la roca, es obvio que están destinadas a
seguir perdurando en el tiempo y en la naturaleza de la piedra como un legado a
las generaciones actuales y futuras, de generaciones de otros tiempos.
Pero desafortunadamente pueden desaparecer si al
visitarlas no se tienen las precauciones necesarias para no dañarlas. Algo tan
sencillo para este fin es no tocarlas con las manos, ya que los dedos poseen
grasa natural que afecta directamente la composición química de la pintura,
sería suficiente con observarlas. Al remarcarlas con alguna pintura ajena a la
original incluso con gis se dañan irreparablemente. También se afectan si son
visitadas por grandes cantidades de personas, ya que el ruido incontinuo
fractura las rocas provocando su derrumbe. Es necesario que al visitar estos
sitios -ya sea por mera curiosidad o para su estudio- se tenga el objetivo
principal de única apreciación, respetándolas al máximo para no destruirlas.
Aunque en la mayoría de los casos en que se afectan los caracteres rupestres
son por el vandalismo de los curiosos de cualquier edad y por gente sin
escrúpulos que intenta llevarse fragmentos de las rocas. También los habitantes
de los pueblos vecinos a estos sitios llegan a destruirlas, ya que generalmente
ignoran su auténtico valor y significado y tratan de borrarlas rayándolas o
martillándolas despectivamente; también las afectan al utilizar en la mayoría
de los casos a las cuevas y abrigos rocosos como corrales para ganado,
generando éste gran humedad, que además con la grasa de la piel de los animales
por fricción y polvo de estiércol son aún más perjudiciales que cualquier otro
agente, ya que provocan que la roca se desintegre.
Por todas las importantes características de las pinturas
rupestres, como su innegable valor artístico, histórico y cultural, deberán
considerarse como un auténtico patrimonio de la humanidad, ya que son el legado
de algunos de los más antiguos habitantes del continente americano, y que hoy
tenemos la responsabilidad y la obligación de respetar además de contribuir a
su estudio e investigación, y al visitarlas busquemos siempre la asesoría de
personas que tengan conocimiento sobre su ubicación, modo de conservación, sus
características y descripciones.